La única parte de nuestro cuerpo que si tiene la facultad de viajar en el tiempo es nuestra mente: con ella viajamos al pasado, recordando, revisando lo que nos sucedió, lo que vivimos. Con ella también viajamos al futuro elucubrando, haciendo previsiones e incluso fantaseando con situaciones que no hemos vivido.
A todos nos gusta tener una sensación de control, de saber qué hacer y qué va a ocurrir sin tener muchas posibilidades de errar. La mente nos ayuda a hacer buenos balances para tomar decisiones. 
El problema surge cuando damos algunos pasos más. Cuando, al revisar el pasado, nos dedicamos a torturarnos porque algo salió mal, a reprocharnos el no haberlo hecho de otra forma. O cuando al mirar hacia el futuro nuestros supuestos, se convierten en certezas (‘seguro que ocurre…’). Si estas certezas son positivas (auguramos cosas buenas) nuestro ánimo presente  se esponja, nos sentimos bien y sentimos deseos de andar hacia delante. Si estas certezas son negativas (pensamos que nos van a pasar cosas negativas) nuestro presente se nubla: tenemos sentimientos negativos, nuestro ánimo decae y nos paralizamos porque andar supone ir hacia ese futuro que tememos.
Es cuando aprender a utilizar correctamente nuestra capacidad cognitiva (de pensamiento) se hace necesaria: nos merecemos una vida buena y para ello, nuestro pensamiento debe ser una aliado, no un problema.
La terapia no sólo sirve para aquellas personas que tienen un diagnóstico clínico, aquellas que sufren cualquier tipo de trastorno, sino que también puede ayudar a que nuestra vida sea más sana aprendiendo a utilizar más correctamente nuestra mente. La terapia no sólo mejora, sino que desarrolla, nos hace crecer.